jueves, 8 de enero de 2015

El Especialista

Me conocen como el Especialista, contratado para servicios específicos. El Empresario dice quién es el cliente, me da las coordenadas del servicio, y yo lo hago. Antes de entrar en lo que importa —Kristen, Ziff, D.S., Sangre de Buey— voy a contar cómo fueron algunos de mis servicios.
El último fue en la víspera de Navidad. El Empresario me dio una dirección y me dijo dónde podría encontrar al cliente, que estaba dando una fiesta para un montón de gente. Bastaba ir allí con un envoltorio de papel de color y meterme en la casa. El Empresario era un fulano flaco y alto, muy blanco, rubio, y andaba siempre de traje negro, camisa blanca, corbata negra y gafas de sol. Me pagaba bien.
—El cliente va de Papá Noel, tiene una verruga en la cara, al lado de la nariz, a la derecha.
Siempre, desde niño, he odiado a esos Papá Noel que andan haciendo “¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!”. Sé que el odio es un arranque de insania, como dijo Horacio: Ira furor brevis est, pero nadie está libre de él. Me vestí bien, cogí una caja vacía e hice un paquete grande, como un regalo. Metí bajo la camisa mi Beretta con silenciador y llamé al timbre de la casa del cliente.
Por suerte para mi fue Papá Noel quien abrió la puerta.
—Entra, entra —dijo—. ¡Feliz Navidad!
—Haz “¡Oh! ¡Oh! ¡Oh!” para mí —le pedí, mientras comprobaba que tenía la verruga junto a la nariz.
Le pegué un tiro en la cabeza. Yo siempre apunto a la cabeza. Con esos chalecos nuevos a prueba de bomba, aquella técnica de disparar el tercer botón de la camisa para acertar en el corazón puede no funcionar.


(Rubem Fonseca, El Seminarista, Barcelona, RBA Libros, 2011, pág 7)

No hay comentarios:

Publicar un comentario