viernes, 5 de diciembre de 2014

Uno es un noir solitario

Uno es un número solitario, Bruce Elliott

Larry Camonille se escapó de la cárcel. Hay otros fugados, pero son tan torpes que, según Larry lee en los diarios, están cayendo todos de vuelta. Larry piensa viajar al sur: a México, o más abajo. A cualquier lugar en donde el aire sea seco. Lo necesita porque le que queda sólo un pulmón, y maltrecho. Algo que es malo para cualquiera, pero más para un trompetista.

En su huida llega a un pueblo perdido en Ohio. Encuentra trabajo en un bar. Su idea es dar un pequeño golpe, obtener los dólares suficientes para seguir escapando. Pero (siempre hay un pero) se cruzan en su camino dos mujeres. La veterana Vera, todavía en muy buena forma, aunque algo pasada de alcohol; y Jan, demasiadas hormonas y muy corta edad: el dulce camino a la perdición. Las dos actúan como poderosos imanes que tironearán de Larry hasta que él cometa un error y todo se desbarranque. Porque, claro, las dos ofrecen mucho, pero exigen de Larry más aún: le traen planes que podrían llevarlo otra vez al único lugar al que no está dispuesto a volver.

Uno es un número solitario es una novela corta y enérgica. Con una prosa seca y limpia, como manda el cánon del pulp más genuino, la prioridad la tiene la acción. Las descripciones son las mínimas, los personajes sufren mucho y piensan poco: avanzan y avanzan, ganando velocidad a medida que descienden. En apariencia, Larry Camonille, buscado y enfermo, es un tipo que no tiene mucho que perder. Pero su enorme atractivo como personaje radica en que, paradójicamente, sí tiene un sueño que perseguir: la libertad. Y nada es para él suficiente obstáculo. Por otra parte, la tensión sexual que surge con Vera y, muy especialmente con Jan (una nena de catorce, vamos…), el ambiente carretero del pueblo perdido y su bar, remiten sin escalas a la literatura de James M. Cain: un universo carnal, de pulsiones desbocadas, con la desgracia flotando en el aire como una sombra.

No será este el lugar para teorizar, pero sí se puede decir que Uno es un número solitario constituye una pieza paradigmática de novela negra. Además de los elementos estilísticos mencionados y de los escenarios elegidos, hay en esta historia una visión negra del mundo, una visión del lado B, por decirlo de alguna manera. Los Estados Unidos, a pocos años de haber ganado la guerra, están lejos de ser el paraíso baby boomer que presagia bienestar y progreso eternos. Al contrario, son una tierra desolada, desalmada y violenta. Una tierra que da a luz a un sujeto como Camonille, ajeno a todo escrúpulo moral, cuyo único propósito es escapar —¿de la cárcel? ¿de todo?— en una carrera suicida. Que Larry es un pesonaje condenable por donde se lo mire, no hace más que hablarnos del mérito del autor, que conoce el mecanismo secreto para generar en el lector simpatía o compasión hacia él, encarnación de ese lado B.

Bruce Elliott fue un autor de intereses diversos. Escribió pilas de relatos con seudónimos para la serie de The Shadow, popular personaje de entonces. También publicó libros sobre magia, su otra ocupación. Uno es un número solitario fue publicada por primera vez a comienzos de los años cincuenta. Más tarde salieron un par de ediciones —siempre baratas— con diferentes títulos. En 2012 fue reeditada por Stark House, una editorial norteamericana que está recuperando todo un catálogo de inhallables de aquella época. Curiosamente, en esa edición la acompaña otra obra —algo frecuente en el catálogo pulp de Stark son los libros que incluyen más de una novela— que también hemos comentado aquí, la extraordinaria Mi ángel tiene alas negras. Ambas las hemos podido leer gracias a La Bestia Equilátera, la editorial que dirige Luis Chitarroni, que las publica traducidas al castellano por Carlos Gardini. Como siempre, en ediciones de factura excelente.

Traducción: Carlos Gardini (magistral)

8/14


Seguí pinchando: como muchos otros clásicos, James M. Cain, no tiene aún comentarios en este blog (fue lectura fundacional, mucho antes de que la idea de blog pudiera entrar en la cabeza de nadie). Él sería el autor indicado al que dirigirse si te interesó esta reseña. Sin embargo, además de la citada novela de Elliot Chaze, la sugerencia es que le eches un vistazo al pulp de M. A. West, o a la atmósfera desesperada que crea Goodis en una de sus obras maestras, acá.

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