Crónicas del mal, Alberto
Ramponelli
De vez en cuando me pregunto cómo es el proceso de
construcción de un lector. Lo hago, lógicamente, mirando mi propia experiencia.
Desde luego, no llego a ninguna conclusión que valga la pena. De forma recurrente, es un camino que me lleva a mis lecturas de
infancia. A una parte de ellas. Recuerdo que cada noche, a eso de las nueve, se escuchaba un golpe sordo
contra la puerta de casa: era “la sexta” de “La Razón”. El diariero la arrojaba, en una especie de rollo compacto que armaba sin detener
su bicicleta —una técnica ya definitivamente perdida—, y yo sabía que, en algún momento de esa
noche, iría a zambullirme en la sección de policiales. De aquella época conservo especial afecto por las palabras “occiso” y “macabro”.
La introducción viene a cuento porque la lectura de estas Crónicas del mal, de Alberto Ramponelli,
me han acercado, en varios sentidos, a aquellas lecturas.
Antes que nada, conviene decir que Crónicas del mal es un libro de relatos. Cruza entre cuento y
crónicas, estas diez recreaciones ficcionales de sucesos reales acontecidos
entre 1914 y 1955 sirven al autor para indagar sobre la naturaleza del Mal. O
sobre la naturaleza humana. O sobre las dos cosas, si es que se las puede
separar. Es decir, sobre el objeto de reflexión que atraviesa toda literatura
negra.
Con un lenguaje que es tan deudor de aquellos
trasnochados cronistas —amarillentos reyes del potencial— como de estilistas
de la talla de sus admirados Saer y Denevi, Ramponelli construye con gran
eficacia una voz, una geografía, un territorio temporal que impactará en el
lector. La mayoría de estas Crónicas transcurren
en Buenos Aires, metrópoli que recibía por entonces tanto a inmigrantes
europeos como del interior. Sus viejas casonas, sus bares grises, los rígidos
cánones morales que condenaban las preferencias sexuales “desviadas” pero
admitían sin escándalo los castigos carcelarios más brutales, son el terreno en
donde estos personajes se convertirán en vehículos del Mal. Individuos que
disponen de libre albedrío en un momento y, al siguiente, son meras marionetas
de las que se apodera un impulso maligno, la narración aséptica de sus
crímenes dejan en el lector una fría inquietud, la semilla de la reflexión
planeada por Ramponelli: ¿qué es el Mal? ¿Dónde está? ¿Adentro, afuera?
Los méritos de Ramponelli, un autor siempre ligado a lo
fantástico y a lo siniestro, que lleva editados ocho libros, son varios. El más evidente es su prosa pulida, de frases largas pero siempre precisas, exactas. Otro consiste en saber plantar en el lector ese
desasosiego mencionado antes, a través de historias sólidas, que caminan a paso
firme, sin estrépito ni frenesí, pero en las que la tensión crece de manera
lenta e irreversible. En este sentido, Ramponelli lleva la crónica al estatus
de cuento, explorando con su oficio más allá de esa frontera —las mentes, los
corazones— que aquella, por limitaciones lógicas, no puede atravesar.
Crónicas del mal es
un gran rescate que le debemos a la querida Editorial Muerde Muertos.
8/14
Seguí
pinchando: No hay en el blog muchos comentarios de relatos cortos, pero recordé
uno, publicado hace muuucho tiempo, que te puede interesar si te interesó esta obra:
lo podés leer acá.
No hay comentarios:
Publicar un comentario