sábado, 20 de septiembre de 2014

Padre y sheriff

Conducía el camión con prudencia, por debajo de la máxima velocidad permitida. Sabía que se acercaba al final; de un modo u otro, todo terminaría pronto. Había gente que lo buscaba. Había leído que el ayudante del sheriff, Drake, le seguía la pista. Había conocido su padre, que tenía su misma edad. Habían tomado una cerveza juntos en una ocasión, el sheriff y él, una reunión amistosa, los dos metidos en la misma historia, en el mismo ramo comercial. A Hunt no le costaba entender que el hombre quisiera echarlo del negocio y le había dicho que tampoco él tendría reparo en hacer lo mismo.
Pese a todo, lo sintió por el hombre cuando se enteró de lo ocurrido, el hijo en la facultad, la mujer muerta, facturas del médico y un hijo preocupándose a tres mil kilómetros de allí. Hunt podía entender aquellas cosas. Sabía que lo habían pasado mal. Incluso después de enterarse de que el sheriff iba a ir a la cárcel por contrabandista había comprendido que el hijo nunca llegaría a saber la verdad: que su padre lo había hecho por él, que de un modo quizá desconcertante y medio inconsciente, el hombre había creído que era la única forma de salir adelante.

(Urban Waite, El terror de vivir, Barcelona, Ediciones Urano, 2011, pág 243)


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