A Hunter pareció gustarle pasar los dedos por la barba de
Jama, aunque el principio se le humedecieron los ojos y sorbió por la nariz. ¡Joder!
No dijo ni mu. Le embadurnó la cara de espuma y lo afeitó a conciencia. Cuando
hubo terminado, le acarició las mejillas para comprobar el resultado de su
trabajo, muy sorprendido.
—Tengo que reconocer, señor Barbudo, que así estás más guapo.
—¿Tú crees? —dijo Jama, mirándose en el espejo.
Hunter empezó a cortarle el pelo con ayuda de un peine,
pero Jama dijo que no hacía falta el peine.
—Córtalo al rape. —No se inmutaba por nada. Al cabo de un
rato volvió mirarse en el espejo, moviendo la cabeza a un lado y a otro, y dijo—:
Hunter, lo has hecho de maravilla.
Jama estaba sentado en un taburete, en el cuarto de baño,
desnudo. Hunter estaba entre sus piernas, más alto, con la cabeza ligeramente
levantada, jugueteando con el pelo de Jama.
—Pásame las tijeras y el peine, por favor —pidió Hunter,
sin bajar la cabeza—. ¿Te han dicho alguna vez que eres un jeque muy chic?
Jama cogió la navaja de la repisa del lavabo y le rebanó el
cuello.
Los ojos de Hunter cobraron una expresión soñadora, y Jama
lo abrazó para absorber la sangre, esperando el momento en que Hunter se diese
cuenta de que estaba muerto para dejarlo deslizarse y caer en el suelo de
baldosas. Pensó que después se daría una ducha y echaría un vistazo al armario
de Hunter. Buscaría algo informal, de estilo universitario. Se acordó de que
Hunter parecía más joven cuando llevaba unos vaqueros y una camiseta, y decidió
que era la indumentaria perfecta para convertirse en Jama, el estudiante.
(Elmore Leonard,
Yibuti, Madrid, Alianza, 2013, pág
214)
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