jueves, 3 de julio de 2014

Cerca de la (no) revolución

Mr. Frankie paga y regresa a la terraza. El Nen muerto. El chaval no le recuerda. Y los que podían recordar han desaparecido bajo los efectos de la bomba H. En el fondo, mejor no encontrarse con nadie que aún siga en pie, con ganas de limpiarle los mocos. El café conserva algo de calor. ¿Que te creías, big man? El Nen, joder. Pero si era inmortal como el puto John Milner. Roto el espinazo y quemándose al sol en la carretera. Nos han ido aniquilando a todos, piensa. Como si en vez de haber nacido en este barrio de curritos hubiéramos encontrado la tumba de Tutankamón. Joder. Joder. Joder. Los recuerdos le asaltan, se le meten apelotonados en el camarote de los Marx. Si hubiera podido parar y ver y pensar, pero fue todo tan rápido. No había ni un momento para hacerlo y disfrutar. Sufrir la pérdida o, al menos, alegrarte de las victorias. O pensar qué hacer a continuación. Dinero que entraba y salía rápido. Piernas de mujeres enlazadas a tu cuello. La cohorte del Rey Loco. Noches líquidas, madrugadas blancas. Resacas, ceniceros, botellas, huidas, colores y prisa, mucha prisa. Y todo tan poco y tan lejos desde que había empezado. El típico grupo de amigos encerrados en una sala de ensayo forrada con hueveras de cartón. Viéndose a todas horas todos los días. Dibujando guitarras en libros y cuadernos. Los nombres de tus bandas favoritas en pupitres y lavabos. Robando acordes de la tele, vomitando la frustración de estar fuera de todo: de ser inglés, de ser guapo, de ser rico, de tener coche, de no ser otro. Todo cenas recalentadas, dormitorios compartidos con hermanos pequeños, padres embrutecidos por el trabajo, el fútbol por la radio y la resignación, madres frustradas, divertidas, presas y carceleras de todo y para todos. Chicas que te rompían el corazón. Chicas a las que rompías el corazón. Y el rock'n'roll como una emisora que te conectaba con todos los distintos del mundo. Que te hacía, en cierta manera, trascendente, mítico, otra cosa. El rock'n'roll que te venía a salvar. Que te mostraba cuál era tu Misión. Que con el latido en el fondo de aquellas voces arrogantes y un pelín desesperadas te decían “Eres de los nuestros. No estás solo. No nos decepciones”. No querías trabajar como tus padres. No quería vivir como tus padres. No querías amar u odiar como ellos. No querías sus sábados, sus programas de televisión, sus vacaciones en el camping. No querías nada de ellos. Había una conspiración en el barrio. En la ciudad. Nacida en habitaciones diminutas como la tuya, con tocadiscos baratos y paredes atestadas de pósteres de tipos pálidos con consignas de Muerte o Gloria. ¿Y qué? ¿Ahora qué? No pasó nada, no sucedió absolutamente nada y ni los camareros recuerdan que hubiera revolución alguna.

(Carlos Zanón, Yo fui Johnny Thunders, Barcelona, RBA Libros, 2014, pág 52)


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