—Markie llevaba una timba. Y la asaltaron. ¿Lo sabías?
—Creo que algo he oído.
—Pues sí. —Cogan bebió su cerveza y dijo el camarero—: Ponme
otra. ¿Quieres una? —preguntó a Frankie.
—Creo que estoy servido.
—Bien. —Cogan aceptó la nueva jarra y bebió—. Bien —repitió,
secándose la boca—. No hay nada como una cerveza fría, lo digo siempre.
Pues bueno, Trattman llevaba esa timba desde hacía años, la llevaba desde hacía
mucho tiempo. Y ya la habían robado. ¿Y sabes? Esa vez había sido cosa de Markie.
—A lo mejor volvió a hacerlo —dijo Frankie.
—Hay muchos idiotas que van por ahí con ese cuento, yo
también lo he oído. Y me ha cabreado. Porque no es que Markie fuese amigo mío,
creo que solo hablé con él un par de veces en toda mi vida: si se mete en líos
no es asunto mío, no iré a aclararle las cosas. ¿Quién soy yo? Solo un conocido.
¿Por qué iba escucharme? Pero después de lo de anoche, creo que tendría que
haberlo hecho. Porque todas esas historias que corrían por ahí eran mentira.
Markie no volvería a dar el palo, era demasiado listo para hacer algo así. Pero
ves, a eso voy. Él tenía que saber, tenía que saber lo que decían de él y
tendría que haber sido lo bastante listo, como China, para hacer algo al
respecto. Para que algún soplapollas no decida que para hacer amigos no tiene
más que cargarse a Trattman. Ah, el mundo está loco.
“Verás, Frankie —continuó Cogan, volviéndose un poco hacia
él—. Me parece que eso es lo que piensan China y los otros, los amigos que se
preocupan por ti. Piensan... bueno, ellos no saben cuánto has madurado desde
que saliste. Creen que necesitas que alguien, alguien enterado, te aconseje.
—Sí.
—Que te enseñe a salvar el culo. Como te decía, no es tanto
lo que hayas hecho como lo que creen que has hecho, eso es lo que hay que
cuidar. En cuanto pasa algo así, hay que estar preparado para actuar.
—Sí.
—Pues bien, ¿dónde estará mañana por la noche?
—¿Quién?
—Johnny Amato. Mañana por la noche. ¿Dónde estará?
—No lo sé.
—Frank, recuerda lo que te he dicho. Tus amigos están
preocupados por ti. Son tus amigos los que quieren que algún día puedas echar un
polvo decente. Y son tus amigos los que quieren saber dónde estará Ardilla.
—Es la primera vez que te veo.
—Los nuevos amigos son los mejores. Tu otro amigo, en
cambio, no puedes fiarte de él, ¿lo sabías? Mira en lo que te metió. Todo ese
tiempo encerrado. En lugar de todos esos años sin comerte nada, podrías haber
estado por ahí agenciándote un coño decente.
—No sé quién cojones eres.
—Son muy pocos lo que lo saben. China, a lo mejor, y, ah, también
Dillon. Dillon me conoce. Tú, tú me pareces un tío inteligente. ¿Quieres que
llame a Dillon y le preguntas por mí? No hay mucho que descubrir, ya te lo
digo, pero puedes hablar con él. ¿Quieres hablar con Dillon?
—No.
—Bien, ¿donde estará? Sé que lo sabrás, si no lo sabes
ahora.
—No tengo ni idea. He visto a John tres o cuatro veces
desde que salí. No sé qué hace de noche. Se va a casa, supongo.
—De acuerdo —Cogan apuró su cerveza—. Ya nos veremos,
Frankie, amigo mío.
Cogan hizo ademán de levantarse.
—Espera —dijo Frankie.
—Hay cosas que no pueden esperar. Me dices que no lo
sabes. Vale, lo acepto. Pero tengo algo que hacer. Tengo que encontrar a alguien
que lo sepa.
—Donde estará John mañana por la noche.
—Y ahora algo más, supongo. Como donde estarás tú pasado
mañana. ¿Volverás a estar aquí? ¿Llegarás a eso de las tres y media, tomarás
cuatro cervezas, te quedarás a comer, luego te marcharás al garito de Pagliacci
como siempre haces para ver si aún queda algo follable y volverás a casa a medianoche
o la una? ¿ Eso es lo que harás pasado mañana? ¿O harás otra cosa, lo que me llevará
tres días de más? El asunto acabará igual. Y así me ahorras mucho tiempo.
Frankie no dijo nada.
(George V.
Higgins, Mátalos suavemente, Barcelona,
Libros del Asteroide, 2012, pág 211)
No hay comentarios:
Publicar un comentario