sábado, 5 de abril de 2014

La piscina

Algún arquitecto inteligente de los que tampoco abundan en Alicante ubicó la sala de autopsias cerca del depósito de cadáveres. Imagino que para que los especialistas obesos, o tal vez los resucitados, no tengan que caminar mucho.
—¿Quién era el fiambre? —pregunto.
—¿El crío? Un pobre desgraciado. Sus padres se mataron en un accidente de coche hará unos años. El seguro le pago una fortuna. Imagínate: veinte años, sin cargas personales, y con más dinero del que puedes gastar.
—El paraíso.
—Ayer estrelló la moto contra una farola. No tiene más familia, así que el Estado se hará cargo de su cuerpo. Al final terminará en una fosa común o en la piscina.
En una ocasión vi la piscina. Es un enorme sumidero de formol donde flotan cadáveres sin nombre en pos de avances científicos. Gente anónima que dona su cuerpo la medicina o mendigos que nadie reclama acaban convertidos en un número dentro de una lista escrita a mano. Momias chapoteando en una eterna juventud que los estudiantes sádicos van diseccionando clase a clase, bautizándolos con nombres ridículos, apodos cariñosos y hasta fotografiándose con ellos a modo de recuerdos de carrera. La piscina es una orgía de carne desnuda, cruda en su realidad, desangrada y recosida, el fin último de la vida donde todo se reduce a dejarse llevar por la corriente.

(Claudio Cerdán, Cien años de perdón, Barcelona, Versátil, 2013, pág. 134)


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