sábado, 18 de enero de 2014

Sustancias

De vuelta al campamento, como siempre después de una gran tensión, me dio una sobrecarga mental, y traté de recuperar el equilibrio químico sin encender ninguna luz y solo con las drogas que tenía a mano. Necesité un par de largas caladas de porro jamaicano para respirar profundamente sin llegar a la hiperventilación. Después, la meta me calmó como si fuese un niño hiperactivo. Una raya de coca me ayudó a centrar la mente. Tres cervezas consumieron parte de la adrenalina. Y media docena de cigarrillos de un paquete que había comprado de camino al campamento dejaron satisfecha mi pulsión de muerte.
Puesto que había perdido más amigos en la edad adulta a causa del tabaco que por las drogas, el alcohol o las balas, me reventaba volver a fumar, pero la tarde no pareció dejarme mucha alternativa. Lo que de verdad me apetecía era un Tuinal y un pelotón de veteranos de la jungla como guardaespaldas. A lo mejor entonces mi corazón dejaría de golpear contra las paredes del estómago. Pero hice lo que pude.

(James Crumley, El pato mexicano, Barcelona, RBA Libros, 2013)


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