martes, 7 de enero de 2014

Rivalizar con el mundo

Es fácil culpar el Tribunal Supremo por las librerías pornográficas y los locales de sexo en vivo. Existen generalmente porque alguien de la junta de la zona recibe algún soborno; los jóvenes no se drogan porque sus padres y maestros son permisivos, lo hacen porque hay adultos que les vende la droga. No hay complejidades psicológicas ni misterios sociológicos.
Cuando la gente se cansa de algo, ese algo termina. Mientras tanto Dave Robicheaux no va a cambiar mucho el panorama de las cosas. Mi hermano Jimmie lo sabía; él no rivalizaba con el mundo. Trabajaba con máquinas de póquer electrónicas y con apuestas extraoficiales y, por lo que yo sospechaba, vendía whisky y ron proveniente de las islas sin cumplir las normas fiscales. Pero siempre fue un caballero y caía bien a todo el mundo. Los policías tomaban el desayuno gratis en su restaurante, los legisladores estatales se emborrachaban en su bar, los jueces le presentaban a sus esposas con enorme cortesía. Sus transgresiones tenían que ver con las licencias, no con la ética, solía decirme.
—El día que esta gente no quiera apostar o beber, los dos nos quedaremos sin trabajo. Mientras tanto, déjate llevar por la corriente, hermano.
—Lo siento —solía responder yo—, eso me hace pensar en muchas cosas. Creo que soy demasiado imaginativo.
—No; tú solo crees en el mundo como debería ser, en lugar del mundo que existe. Por eso siempre serás manejado por los demás, Dave.

(James Lee Burke, La lluvia de neón, Barcelona, RBA libros, 2012, pág. 197)


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