domingo, 26 de enero de 2014

El Lúcido y yo

Empecé a llorar. Estaba muy nervioso. Sobreexcitado, diría el Lúcido.
“¿Y mi primo?”, le pregunté.
“¿Y qué pasa con tu primo? ¿Cuántos años hace que no se ven? ¿Alguna vez anduvieron en la mierda juntos? ¿Sabés cuántos tarados en este país tienen un primo guerrillero? No jodás”.
“Tengo miedo, hermano, tengo miedo”, sollocé. “Con cuatro años ya tuve bastante. Ya no quiero hacer cagadas”.
“¿Sabés lo que te pasa? ¿Sabés lo que te pasa, Tomassini? Que todavía no saliste. Te cagaste, Carlitos, te quedaste adentro. ¿Te gustó cuando te rompieron el culo con un palo de escoba? Me estás empezando a dar lástima, Tomassini”.
“La puta madre que te parió, Lúcido”.
“La puta madre que nos parió, sicótico de mierda. No se te van hacer ni los guerrilleros. Son puritanos. Tu primo te quiere tanto como a un montón de mierda. Tiene tanto miedo de saludarse con vos por la calle como vos tenés de encontrártelo en algún bar de putas de lo que frecuentás, boludo. Si te sigue algún cana es porque es de cuarta, bebé. Ya ni lo de Homicidios se acuerdan de vos, todo el mundo sabe que está fuera, Tomassini”.
Me sentí más calmado. El Lúcido estaba más lúcido que nunca.

(Juan Damonte, Chau, papá, Buenos Aires, Punto de encuentro, 2013, pág. 28)


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