martes, 21 de enero de 2014

Carlitos' way

Chau, papá, Juan Damonte

Considero a la lista de imprescindibles de la librería Negra y Criminal una especie de canon. Desde luego, como a todo canon, también a este se lo debe tomar con pinzas. Pero leída gran parte de esa cincuentena de títulos clásicos, debo admitir que tienen bien ganado su lugar ahí. Sin embargo hubo para mí, hasta hace muy poco, un título enigmático entre ellos. ¿Quién era ese Juan Damonte? ¿Cómo puede estar en esa lista un libro de un autor argentino, que no es un autor clásico, un desconocido? ¿De qué va esa novela, Chau, papá, para tener aquella tapa tan pero tan fea? Supe, Google mediante, que Damonte había muerto en México, que esa era su única novela. Que cuando le otorgaron el Premio Hammett 1996 en Gijón, Paco Taibo II había dicho de él que era “un hombre singular y absolutamente desconocido”. No más que eso: Chau, papá quedó como un enigma en mi lista de improbables lecturas futuras. Enseguida me olvidé de ella, y de Damonte.

Hasta ahora, que aparece la Colección Código Negro, dirigida por Rolo Diez y Roberto Bardini. Una colección que, según anuncian, se las trae y que, como cualquier colección, busca iniciarse con títulos potentes: Código Negro elige cuatro, y uno de ellos es Chau, papá. Me tiré de cabeza y lo abrí con la idea de evaluar si era tan “imprescindible” como decían. Pero me bastó leer la primera página para entender que sí, que me falta tomar mucha sopa y que, una vez más, el librero no se equivocaba: no lo largué hasta terminarlo, día y medio más tarde.

La historia es la de Carlos Tomassini, joven integrante de una familia mafiosa de Buenos Aires. La acción transcurre en los días de su cumpleaños número treinta. La dictadura militar está naciendo y, como mandan sus genes, ya matando. Carlitos, que acaba de pasar cuatro años a la sombra, es convocado por su familia. Le comunican que van a invertir en un negocio legal. Que son tiempos de estarse quieto, de ir por derecha. Y que para ello cuentan con él. Un Carlitos sano, sobrio, limpio.

Lo que no es nada fácil porque Carlitos, claro, tiene sus amigos. Y sus asuntos pendientes con Roxana y el Francés, otro que acaba de salir libre. Carlitos se mantiene en pie a base de rayas de coca boliviana y botellas de whisky. Carlitos se desdobla en el Lúcido, y habla solo. Carlitos tiene un primo, el Ruso, que está en la guerrilla, y que no aparece por ningún lado.

Carlitos Tomassini es, en suma, una bomba lista para estallar. Y estalla, a lo largo de los dos días incendiarios que está por vivir.

Chau, papá es un tren imparable que arranca fuerte y no hace otra cosa que acelerar. Una historia cocaínica como la cabeza de Carlitos, y que funciona gracias a todo lo que Damonte pone en juego. O, mejor dicho, a pesar de todo lo que Damonte pone en juego. Porque su apuesta es ambiciosa: pareciera que Damonte intuye que esta será su única novela, porque se mete a contar todo junto. Y sale más que bien parado: nos deja una novela digna de cualquier canon del género.

Porque Damonte logra injertar en un contexto como el de aquellos días negros unos personajes puros del hampa, de los bajos fondos. Y funcionan. Aún cuando incluye un “lugar común” como la famiglia mafiosa italiana —algo raro en Argentina—, su historia funciona. Además, la instalación de la dictadura no se queda en mera descripción ambiental, sino que su terror interviene en el desarrollo de la historia. Y también funciona. Como funcionan las tensiones —esperables, naturales— entre la organización mafiosa y el primo descarriado, oveja negra, metido a revolucionario. Todo eso camina, testimoniando un oficio de rara estatura para un novelista primerizo. Pero el aspecto que más llamó mi atención fue la eficacia con la que el sentido del humor recubre esta historia ultraviolenta. Porque, créanme, hay pasajes francamente hilarantes —especial atención al cocoliche que habla el Nono–, y eso es muy difícil de lograr en una novela como esta, que no da respiro, que es palo y palo. Y no digo más, para no dar pistas sobre el desenlace apoteótico del final. Tira revoque, diría un amigo.

Con los valiosos rescates de Damonte y Tizziani —otro inhallable—, más las reediciones de Argemí y Lunar, Código Negro se planta en nuestro panorama editorial, bajando clara una línea: difundir la buena literatura negrocriminal escrita en castellano, tanto la de los clásicos que ya no están disponibles como la de autores nuevos. Y a precios accesibles.

Los amantes del género, agradecidos, los estaremos esperando con los dientes afilados.

12/13


PD: investigando para este comentario, encontré un texto que describe una anécdota en la que aparece Juan Damonte. No puedo asegurar que sea veraz, pero “cierra” con el autor que imagino, una vez leída su única novela (única publicada, porque parece que hubo otra). Curiosidad al margen, me resultaba familiar el nombre del autor del blog. ¿De dónde? De una final del premio Herralde, la que compartió con Carlos Busqued, cuya novela comenté hace poco por acá. Internet, como el mundo, también es un pañuelo.

2 comentarios:

  1. muy buena reseña, Ari. Me diste ganas de leerla. Esperemos que siga por la buena senda Códice.

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  2. Gracias, che! Me urge leer esto ahora, caramba.

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