viernes, 20 de diciembre de 2013

Un lugar en el mundo

Cámara Gesell, Guillermo Saccomanno

¿Cómo contar algo original acerca de este libro? ¿Se puede agregar más a todo lo que se viene diciendo en las reseñas, en la web? Hay tantas y tan buenas que es mejor descartar toda pretensión de originalidad, y limitarse a agregar una entrada en esto que, después de todo, es bitácora de lecturas. De buenas lecturas.

Cámara Gesell es un Saccomanno puro. Y un Saccomanno feroz. Muy enojado. Furioso. A decir verdad, no muy distinto al Saccomanno de siempre. Pero este libro es el equivalente literario a unos borcegos pateándote las costillas, la cabeza. Sí, claro, pensás que exagero. Probá a esconderte en un rincón de tu librería amiga y leerte el primer, llamémoslo así, “capítulo”. No es largo, como no lo es ninguno: una página o dos nomás. A ver si te bancás que una voz que aún no conocés te llame “hipócrita lector”. Que te agarre de la nuca y te hunda la cara en el barro, para que huelas lo que te espera más adentro. En las calles, en los bosques, en las playas de la Villa. Más adentro de esta visita guiada al infierno.

Saccomanno destila ira. Vuelca veneno en estas páginas. Un veneno que sacude y golpea y altera al lector. Al menos a este lector, que agradece. Y no creo que ese bienvenido veneno tenga mucho que ver con que Saccomanno lleve veinte años viviendo en Villa Gesell. Ni que tenga que ver su furia con que haya estado a punto de perder este trabajo cuando un chorro se llevó su notebook, con cinco años de laburo adentro. No creo que tenga nada que ver con eso.

Porque si bien la Villa, el pozo podrido que miramos en esta cámara Gesell literaria, es la villa homónima, Saccomanno la usa para hablarnos de cualquier otra villa, de cualquier ciudad, de este país, del mundo entero. Eso es lo inquietante, lo que aleja enseguida cualquier posibilidad de una lectura de este texto como crónica o escrache de un lugar específico, y le otorga valor universal. En ese relato amplio, del hombre y sus miserias, es donde le sale todo el enojo a Saccomanno, la bronca que necesita para pintar así un mundo así. Pero, ojo: Saccomanno no es un punkito rebelde y contestatario, tribunero, que escribe historias sórdidas para tirarle un huesito a la bestia morbosa que todos llevamos dentro, para que lo mastique un poco y lo escupa al ratito, aburrida. No: Cámara Gesell es mucho más que historias sórdidas —engaños, adulterios, violencia doméstica, adicciones, suicidios—, mucho más que crímenes —asesinatos, abusos, bebés quemados, violaciones xenofobia—, mucho más que novela negra —corrupción, maldita policía, manipulación de medios de comunicación—: es una formidable pintura de este infierno que habitamos. A propósito de pinturas e infiernos, en la página 162 se hace una mención al famoso cuadro del Bosco, “El jardín de las delicias”. Bastante antes de llegar a ese punto, el texto ya me había llevado a pensar en esa obra genial (*). Por otra parte, siendo que uno de los personajes que atraviesa todo el libro, el del periodista a sueldo de los poderosos y viejo discípulo de Walsh, se llama Dante, la idea de la Villa como el infierno del florentino también surge enseguida. Referencias obvias, sí, pero también elecciones conscientes del autor, que conectan el espíritu de esta novela con el de aquellas obras enormes.

Saccomanno, quien ha dicho que “esta novela no la escribió, sino que la escuchó”, logra transmitir una oralidad brutal. Con esa prosa chamuyada —que da cuenta de su oído agudo—, de monólogos de bar o chismes de peluquería, los narradores le hablan al lector, lo incorporan a la historia. Podría decirse que lo arrastran al otro lado del cristal divisor sobre el que funciona el artefacto cámara Gesell, cuestionando permanentemente su lugar pasivo, intercambiando a la fuerza los roles de observador y observado, incomodándolo. Lo cierto es que en esos chismes o en la forma de noticias o anuncios del periódico local, Saccomanno va hilvanando su fresco con relatos cortos, algunos de ellos perfectos microcuentos. Construyendo un universo con cientos de personajes cuyas relaciones desafían la atención del lector.

Paseo aterrador por una topografía del mal, ese “pueblo que es representación del infierno”, al cerrar Cámara Gesell queda la sensación de haber terminado un libro destinado a crecer con el tiempo, a convertirse en clásico. Premios y grandes ventas aparte, ojalá que este libro también ayude a entender qué pedazo de escritor tenemos en Guillermo Saccomanno. Alguien que transita los géneros populares, pero con un bagaje fenomenal de alta cultura, que lleva una riquísima carrera narrando su visión del mundo, alguien consecuente con sus ideas y respetuoso de su oficio.

12/13

(*) Es más: veía en “el Jardín de las delicias” un buen título para esta reseña, hasta que supe que Figueras en el Radar Libros ya le había dado un mejor uso.

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