miércoles, 30 de octubre de 2013

El Pequeño Jimmy

El Pequeño Jimmy no era como Foley lo había imaginado. En las fotos en color que Dawn le había enseñado, el tío se parecía a Al Pacino en el papel de Tony Montana, en Scarface: con un traje blanco, camisa de cuello ancho, el pelo oscuro sobre la frente, igual que Tony. Ese día el Pequeño Jimmy tenía otro estilo. Llevaba un traje oscuro, entallado y abotonado, con el cuello de la camisa alto y rígido, nada que ver con el de Tony; los pantalones estrechos y rectos y unos mocasines de cocodrilo relucientes, con tacón cubano.
Foley se había puesto una camiseta, unos Levi's nuevos que le resultaban muy cómodos y unas Reebook blancas que Adele le había enviado hacía más de un año. Llegó al patio justo cuando el Pequeño Jimmy aparecía en el camino que rodeaba la casa. Dawn lo estaba esperando. Lo besó en la boca y dejó que su mirada se fundiera con la de él, antes de volverse hacia Foley.
—Jack, éste es mi amigo, el Pequeño Jimmy, conocido también como el Monje. ¿Verdad que es una monada? Se tiñe el pelo, pero ¿quién no? Y éste es Jack Foley, el ladrón de bancos más famoso del país. Se ha retirado y jura que nunca volverá a atracar un banco.
¿De dónde se había sacado esa idea? Era verdad que, en su fuero interno, Foley se decía que no habría más bancos, pero nunca lo había jurado. Se acercó a Jimmy Ríos, que posaba con las manos en las caderas, los dedos hacia atrás, los hombros caídos de manera informal, como si no tuviese nada que demostrar. Foley decidió que era un tipo simpático. ¿Por qué no?
—Dawn me ha enseñado una foto tuya, Jimmy, de cuando todavía estabas en Florida. Y pensé: «Joder, es igualito que Tony Montana». —Vio que el otro sacudía la cabeza, harto de oír siempre la misma historia, aunque sonrió de todos modos. Se pasó una mano por el pelo, negro y denso, peinado a raya y caído sobre la frente, sujeto con una diadema de carey por detrás de las orejas. Raro, aunque no le quedaba mal—. Veo que estás hasta las narices de que te comparen con Tony.
—Pues sí. Verás —dijo Jimmy—, en esa época todo el mundo se creía Tony Montana. Hasta los que no se le parecían querían hablar como él. Tony decía: «Lo único que tengo en este mundo son mis pelotas y mi palabra. Y no estoy dispuesto a romper ninguna de las dos cosas por nadie, ¿lo has entendido?».
—Eres él, tío; eres Tony —asintió Foley. Y añadió—: «Ya tú sabes que he enterrado a esas cucarachas». ¿Cuántas veces has visto esa peli?
—Suelo decir que más de veinte. Es posible, aunque no lo sé. Hasta que nos hartamos. Un día dejé de verla. De pronto me pregunté: «¿De verdad lo dices en serio? ¿Por qué quieres parecerte a ese patán? Es un capullo. Ni siquiera sabe por qué la cagó».

(Elmore Leonard, Perros callejeros, Madrid, Alianza Editorial, 2011, pág. 79)




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