sábado, 28 de septiembre de 2013

Rasgos

A Andrés siempre le dijeron que parecía un oso. Así lo llamaban en su casa y en el barrio. En la escuela era siempre el más alto y robusto de sus compañeros. Dos veces repitió cuarto grado, y en la foto de quinto se puede ver que ya era una cabeza más alto que el maestro.
A los catorce entró a trabajar en la carnicería de su hermano Pascual, donde era capaz de cargarse una media res en cada hombro sin ningún problema; pero al mismo tiempo, cualquiera podía engañarlo o tomarlo para la chacota. Por eso cuando más tarde terminó preso por robo a mano armada e intento de homicidio, nadie en el barrio lo podía creer.
—¿Ese infeliz?
Muchos conocidos de siempre ahora se cruzan de vereda al verlo, o si lo saludan lo hacen muy a la pasada, sin el menor rastro de ironía. Andrés no cree haber cambiado demasiado en estos dos años, pero al parecer el resto de la gente no piensa así, y los mismos que antes lo veían como a un gordo salame ahora descubren en su rostro y en sus gestos los típicos rasgos de un bruto peligroso.

(Emilio di Tata Roitberg, El Oso, Buenos Aires, Edhasa, 2013, pág. 8)


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