martes, 9 de julio de 2013

Al enemigo, ni respeto

—¿Usted, un doctor, con esas amistades?
—No son amistades. Se da simplemente una continuidad en el trato.
—Pero esa familiaridad. “Fran”. ¿Así lo llaman? La chica lo buscaba así.
—Nunca me dijeron así. Franco, me llamaban. Lo de la chica, qué sé yo. Le habrá salido así, quizás para hacer creer que me conocía y que la atendieran rápido.
—Así que Franco lo llaman estos guachos. ¿Nunca “Doctor”? ¿Y el respeto?
Luna frunció el ceño e hizo una mueca.
—¿De qué respeto me habla, Muñoz? ¿El del barra de Almirante Brown, hace dos semanas, que me puso el arma en la cabeza para que cure al amigo y no haga la denuncia? O de pronto el respeto que nos brindaron el otro día cuando tuvimos que trancar el portón de guardia para que no entren a vengar a un chorro muerto. O las veces que me quisieron cagar a palos en la sala de espera “porque tardaba mucho” cuando estaba en una cirugía. Alguna vez intervino usted. ¿De qué respeto me habla? Mire al infeliz de mi colega Landa. En este país del que tanto reniegan podés tener un médico en tu casa a la hora que quieras, por cinco pesos o incluso gratis. Igual si vivís en un barrio privado o en una tapera de La Matanza. En este partido incluso podés carecer de obra social o prepaga. Fiebres comunes, resfríos, picos de tensión arterial, depresiones endógenas, dolores lumbares o diarreas. La gente no tiene piedad. Te llama a cualquier hora por cualquier estupidez. Si el bebé recién nacido llora en mitad de la noche o el púber granujiento sufre de la garganta. Como si se tratara del delivery de pizza. Todavía te miran como bosta si le llegás a las tres horas. La imagen prestante y respetable del médico tradicional se perdió definitivamente de nuestra cultura. ¿Sabe lo que nos come las tripas eso? Uno que estudió tanto, que hizo tantos sacrificios. Nadie reconoce el absurdo. El propio paciente desconoce a quién le abre la puerta de su casa y le entrega la salud de su familia. He visto disfrazarse a personas comunes con un ambo para ir a atender problemas cardiológicos y cobrar dinero en ausencia de un médico. Enfermeros con antecedentes penales por abuso sexual aplicar inyecciones de agua destilada a quinceañeras afiebradas sólo para verle el culo o le hacen un electro para verle las tetas. No me interesa denunciarlo. Todos los pacientes en general entran para mí en la categoría de enemigos. Como dije, no tienen piedad ni respeto. Y las conchudas obras sociales. Me deben varios meses de sueldo. Un día de éstos presentan la quiebra y me cagan la guita. Ese es el panorama. Usted lo dijo. Una guerra personal. Entre todos, contra todos.
Luna terminó el café y antes de que Muñoz notara el temblor de sus manos las guardó debajo de la mesa. El comisario parecía asombrado.
—Veo que tiene mucho atragantado usted también —se emprolijó el bigote—. ¿Qué cree que pasó esa noche?

(Martín Doria, Postales de Río, Villa María, Eduvim, 2012, pág 34)


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