viernes, 28 de junio de 2013

De justicia, venganza y culpa

El pico del Diablo, Deon Meyer

Deon Meyer es un autor sudafricano de gran reputación por sus novelas de género negro. Uno diría que está en la cresta de su carrera, generacionalmente entre el James McClure, publicado hasta en la Etiqueta Negra de Júcar, y el más nuevo Roger Smith, que ya hemos comentado en este blog.

Como primera aproximación a un autor, uno siempre hace lo más natural: echa una mirada a la contratapa del libro. Resulta interesante, pero veremos que no sólo se queda muy corta, sino que además contiene algún error (significativamente replicado por algunas reseñas que están en la web). Además, se da a entender que el protagonista de la novela será Thobela Mpayipheli. No sería raro, dado que Thobela ya protagonizó una novela anterior de Meyer. Pero no es el caso de esta trama compleja, más cercana al thriller que a la novela negra pura y dura.

La historia se teje alrededor de tres personajes, de un peso asimétrico. El mencionado Thobela, guerrero xhosa entrenado en la KGB y la Stasi, es el primero. La segunda es Chistine van Rooyen, prostituta de lujo. Y el tercero, y quien finalmente asume el motor de la novela, es el policía, muy alcohólico él, Benny Griessel.

Al comienzo del libro el hijo de Thobela es asesinado en un tiroteo en una estación de servicio. A partir de entonces, Thobela se propone cazar a los asesinos y emprender una cruzada justiciera contra todos los abusadores de niños. Se armará con su temible assegai, especie de lanza autóctona, y se convertirá en la pesadilla de Benny Griessel, responsable de atraparlo. En realidad, en la segunda pesadilla de Benny, porque la primera, hay que decirlo, es el alcohol por el que ha perdido a su familia. Benny está en un momento crucial de su vida, expulsado de su casa y peleando la última batalla contra el alcoholismo, cuando cae en sus manos este caso, el del asesino de pedófilos. Mientras tanto, de Christine apenas sabemos que es una prostituta de lujo. Algo fabuladora, con una historia dura y una hija pequeña. Y sabemos todo esto porque se lo está contando a un ministro o reverendo, en una iglesia. La historia de Christine es la que hace dudar al lector, la que no “encaja” de manera clara. 

Pero hay que seguir leyendo. Porque pasado el primer tercio del libro, algo confuso y lento, la historia parece hacer un click y cobra una velocidad que te pasa por encima. Ya no se puede largar la lectura. La vinculación de Christine y su hijita Sonia con un violento narco colombiano le dará pie a Griessel a tender una trampa al asesino serial de la assegai. Y no cuento más, para no meter un spoiler.

El pico del Diablo tiene una trama atrapante, con buenos giros, que mantiene la tensión del lector por saber qué es lo que va a suceder a continuación, cómo se van a resolver las cosas. En este sentido digo que es más un thriller que una novela negra: su motor es el suspenso.

La novela transcurre en una Sudáfrica en la que en apariencia se ha superado el conflicto racial —que sólo se toca lateralmente en la novela, por algunas tensiones entre policías— pero, salvando la elección del arma de Thobela, podría haber transcurrido en cualquier otro lugar del mundo. Es en realidad una historia que, a través de una trama de suspenso, trata de ese triángulo inestable que dibujan la justicia, la venganza y la culpa. Tres puntas que están presentes en cada uno de los tres personajes de la novela: Christine y Benny, los más reflexivos, y que por momentos rozan la autocomplacencia, y Thobela, el hombre de acción, una máquina de matar que no reflexiona sino que planifica.

El libro asusta un poco con sus 450 páginas. Pero si lo encarás y pasás el primer tercio, te vas a encontrar con lo mejor de esta novela. Vale la pena hacer el intento.

Traducción: Alberto Coscarelli

5/13

martes, 25 de junio de 2013

Una mujer de voz triste y una orquesta

—¿Sabes? El otro día me burlé un poco de ti —dijo—. Pero después pensé: “¿Cuándo fue la última vez que conociste a alguien con objetivos en este antro?”. Mi ex marido, Bingo, era un jugador degenerado. En realidad era un degenerado y punto. El caso es que jugaba a lo que fuera. Habría apostado a que el sol saldría por el oeste sólo con que las probabilidades pintasen bien. Nunca comprendió que para conseguir algo hay que trabajárselo.
Escucharla era como oir por primera vez a otra persona hablar mi idioma. Tome una curva para salir a Atlantic Avenue, donde el cartel de un casino prácticamente gritaba desde lo alto de uno de los edificios: los sueños se vuelven realidad en nuestras máquinas. El I-Roc seguía detrás de nosotros.
—¿Te importa si enciendo la radio? —preguntó Rosemary.
Sintonicé la emisora de clásicos para ella. Estaba de humor para una de esas viejas canciones doo-wop de los cincuenta, deseando que la voz del cantante se elevara hasta lo más alto de la noche para iluminarme el camino. En vez de eso, me encontré con una mujer de voz triste acompañada de una orquesta. Hice además de ir a cambiar de emisora.
—Déjalo —dijo Rosemary—. Es Billie Holiday.
Había oído el nombre con anterioridad, pero nunca había prestado atención. Billie Holiday no sonaba demasiado feliz. Paramos frente a un semáforo en rojo. Lo único que le quedaba era una voz pelada y desnuda que me hizo pensar en botellas vacías y rosas marchitas. Cada vez que intentaba alcanzar una nota aguda, su voz comenzaba a desgajarse y Billie se alejaba de ella tal como una chica se alejaría en la barra de un tipo que le hubiera roto el corazón demasiado a menudo.
Aún así, podías percibir que en otro tiempo había sido una cantante fantástica, igual que podías percibir que Atlantic City había sido en otro tiempo una ciudad fantástica.


(Peter Blauner, Luna de casino, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pág 132)


lunes, 24 de junio de 2013

Abogados y periodistas

—La primera vez que vine aquí, no había nada —estaba diciendo Teddy al día siguiente—. Tuvimos que levantarlo nosotros. El paseo marítimo estaba tan desierto que podrías haber disparado un cañón sin darle a nadie.
—Sí, algo así he oído —dijo Jackie, el nuevo jefe, que había venido de visita de Nueva York.
—Fue justo después de la convención demócrata del 64 —prosiguió Teddy—. Cuando toda la prensa dijo que Atlantic City era un sumidero. “Los días de gloria pasaron a mejor vida”. Ese tipo de cosas. Porque la gente había dejado de venir a la costa. Pero, en serio, las cosas sólo se pusieron feas después de que aparecieran todos aquellos reportajes en la prensa. ¿Verdad? Corrígeme si me equivoco, Vin. Siempre que algo va mal, encontrarás a un abogado o a un periodista detrás de todo el asunto. 

(Peter Blauner, Luna de casino, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pág 80)


domingo, 23 de junio de 2013

Mandato familiar

Los hay que tienen familias que quieren que sean médicos. Otros, familias a las que les gustaría que fueran abogados. La mía quería que fuese un gángster. Para mi padre, lo mejor que podía ser uno en esta vida era miembro de pleno derecho en la mafia. Poder entrar en cualquier bar o restaurante sabiendo que otros hombres te temen y te respetan e incluso se hacen cargo de tu cuenta. Había trabajado duramente toda su vida para acabar siendo el segundo al mando de una desaliñada cuadrilla local de Atlantic City. Pero aspiraba a más para mí. Pensaba que podría llegar a ser capo o quizá incluso consigliere de una de las principales familias.
No podía comprender que lo que yo ambicionaba más que cualquier otra cosa era un trabajo legal. Me había criado rodeado por la Cosa Nostra. Había perdido a mi auténtico padre por su culpa y estaba más que harto. No quería pasarme todas las noches de mi vida observando el techo, preguntándome si una pandilla rival iba a liquidarme o si la poli iba a arrestarme. Sólo deseaba lo que desean la mayoría de las personas con algo de educación universitaria: una casa más grande, vacaciones más largas, el cariño de mis hijos y una oportunidad para seguir prosperando. Pero mi problema era que, a la edad de veintiocho años, con una esposa y dos hijos a los que mantener, me las veía y me las deseaba para llevar una vida honrada. Hacía más de un año que no conseguía ni un solo contrato decente para mi constructora, a pesar de que me pasaba el día buscando clientes. Para mi padre, mi modo de vida era una vergüenza. Sólo los paletos trabajan de nueve a cinco.

(Peter Blauner, Luna de casino, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pág 17)


jueves, 20 de junio de 2013

El otro Tony, el de Atlantic City

Luna de casino, Peter Blauner

Quiso el destino que me encuentre escribiendo esta reseña justo hoy. 
No cualquier día, sino hoy: primer día del Mundo Sin James Gandolfini.
 A él y a su creación, Tony Soprano, vaya un sencillo recuerdo.



Los tiempos cambian, qué novedad. Las instituciones siguen, pero los tiempos cambian. Incluso la mafia —organismo cerrado si los hay, con sus propias leyes y códigos— cambia. Antes los chicos morían por pertenecer. Morían ante la irresistible seducción del poder, sin importar cuánto había que ensuciarse para estar ahí. Pero así era antes. Ahora los jóvenes quieren salir. Blanquearse, vivir normalmente. El asunto, claro, es que puedan y los dejen.

Luna de casino relata la historia de Anthony Russo. Anthony es el hijo adoptivo de un mafioso de segunda línea, de los que actúan en una ciudad de cuarta línea como es Atlantic City. Tony —esposa e hijos, pequeño empresario de la construcción— lucha por no pertenecer a un mundo en el que debe presenciar cómo su padre clava un picahielos y cuatro balazos a un “amigo”, mientras suena Tony Bennet en la radio. No es un mundo para él, chico universitario de aspiraciones “american way”. El asunto es que pueda salirse. No es tan fácil. La recesión lo tiene a maltraer, su familia pasa necesidades. La presión de Vin, su padre, y el jefe Teddy, tío de su esposa, se hace sentir. Apremiado pero testarudo, Tony se embarca en una última jugada: se mete a patrocinar a un viejo campeón de boxeo con el que piensa salvarse. En el camino, de paso, se enreda con Rosemary, una chica que se gana la vida en un bar oscuro, luchando en el barro con otras chicas.

El conflicto de Anthony, que no es tanto moral como generacional, es el centro de esta novela. Que también podría decirse que trata sobre esa lucha en la que se nos va la vida, ese motor narrativo por excelencia: la lucha para torcer el destino, para sortear un mandato. Eso es, en suma, lo que intenta Tony. Y hay que llegar al final para ver qué es lo que realmente logra.

Peter Blauner instala en Atlantic City su historia. No creo que sea casual la elección. Encarnación perfecta de la ciudad decadente, nunca cuesta imaginarla con sus costaneras desiertas, con sus carteles de chapa oxidada chirriando en el viento, con sus ludópatas y sus boxeadores siempre derrotados. ¿Qué puede esperarse de una banda de mafiosos que ejerce ahí, en ese imán de perdedores, esa versión berreta de Las Vegas?

Con una combinación inteligente de violencia y humor, muy deudora del maestro Leonard, Blauner construye este universo de mafiosos humanos, agobiados por preocupaciones mundanas. Mucho más cercanos a los de Goodfellas que a los de El Padrino, hay quien dice que Luna de casino anticipó a series como Los Soprano o Boardwalk Empire. Suena un poco presuntuoso, pero puede ser. Al menos en la parte de la primera que vi, es posible emparentar a aquel genial y atormentado Tony Soprano de New Jersey con esta banda de Atlantic City, en especial con los secundarios Vin y Teddy (este último, dicho sea de paso, el mejor de los personajes de esta novela).

Con una narración que alterna la primera persona de Tony Russo y la tercera de un narrador omnisciente, con diálogos perfectos, humor filoso y bien logrados estallidos de violencia, Luna de casino es una novela muy entretenida, que se lee a buen ritmo (anoten los entusiastas del boxeo: las últimas sesenta páginas —el desenlace— transcurren “en tiempo real”, durante el combate entre Elijah Barton y Terrence Mulvehill. Una perla).


Luna de casino no será un clásico, pero te va a hundir de cabeza en la decadencia de Atlantic City, garantizándote unas cuantas horas de grata lectura. Lo que, hoy por hoy, no es poca cosa.

Traducción: Óscar Palmer Yáñez
5/13