sábado, 12 de enero de 2013

Una guerra


La vieja rubia se sentó en el sofá mientras extraía los contenidos de la bolsa. Pantalones. Camisa. Ropa interior. Un par de pesados zapatos de faena. Lo miró con ojos cansados.
—Me he enterado de lo que pasó. Que los kaffirs mataron a tu familia.
Allí estaba. La palabra que había definido su vida como sudafricano blanco. Kaffir, del árabe kafir. Descreído. Que en la Sudáfrica del apartheid adquirió un significado completamente distinto. Como insulto. Mucho peor que negrata o mono o cualquiera de los otros. Usar tal palabra te identificaba de inmediato como blanco racista. Así de sencillo. Dell se había visto envuelto en incontables peleas a puñetazos con aquellos que la utilizaban. Normalmente sólo conseguía que le sacudieran de lo lindo, pero aún así. Y ahora estaba allí, sentado, sin decir nada.
—También mataron a mi marido, ¿sabes? —dejó los pantalones de color caqui sobre el respaldo del sofá, arrancando una pelusa de una de las perneras—. Fue al Estado Libre, a la granja de su hermano. A ayudar con la cosecha. Los kaffirs llegaron armados y les dispararon a los dos. Para robarles la camioneta. Les enterramos a los dos el mismo día. La policía no hizo nada. Sólo eran dos blancos muertos. Otro de tantos asesinatos rurales.
—Lo siento —dijo Dell. Ella se encogió de hombros, retirándose un mechón de pelo seco y amarillento del rostro. Se puso en pie con una mueca de dolor al estirar la espalda.
—Es una guerra. No importa lo que digan. Algunos seguimos luchando —la mujer se dirigió a la puerta, cojeando ligeramente, y se volvió para mirar a Dell, con una mano en la manilla—. Que Dios te bendiga —dijo.
Una sonrisa asomó a sus finos labios, arrugados de tantos años de fumar. Abrió la puerta y salió a la luz. Cerró la puerta y Dell oyó sus pasos crujir sobre la grava al alejarse.

(Roger Smith, Diablos de polvo, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pg 129)

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