jueves, 10 de enero de 2013

Marido con metralleta


Metieron a Sunday en una camioneta azul, sentada entre dos policías. Otros dos en la parte trasera, agachados bajo el bajo techo. Les mostró adónde ir y condujeron hasta las faldas de la colina, hasta que no pudieron seguir avanzando. Le dijeron que esperase junto al policía gordo, que se mostró aliviado de no tener que subir andando la pendiente. Los otros ascendieron la colina.
Hacía mucho calor y cuando Sunday los vio regresar las sombras de los áloes dibujaban largas líneas negras sobre las rocas y la arena. Cada uno de los tres sudorosos hombres acarreaba un cadáver a la espalda. Soltaron los cuerpos de su madre, de su padre y de su primo sobre la arena. Los cadáveres estaban tan tiesos como tablas; los brazos y las piernas completamente extendidos, como los de un espantapájaros.
El policía gordo tomó a Sunday de la mano, la alejó de allí y le hizo enterrar el rostro contra su suave estómago. Pero ella miró por debajo de su brazo, oliendo su sudor con aroma a carne vieja. Y miró mientras los hombres rompían con piedras los brazos y piernas de los rígidos cadáveres, de modo que pudieran ser cargados en la parte trasera de la camioneta.
Ahora, sentada entre las ruinas de la cabaña, Sunday vio el rostro del hombre con la metralleta, iluminado por las llamas del fuego. El rostro del hombre con el que se iba a casar dentro de cinco días.

(Roger Smith, Diablos de polvo, Barcelona, Es Pop Ediciones, 2012, pg 75)

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