domingo, 16 de diciembre de 2012

Sexo de policía


Su piel es blanca y pura. La naturaleza ha trazado sus líneas con decisión y elegancia. Tiene los pezones pequeños, de un marrón muy claro, como dos hojitas secas pegadas a su piel. Destaca la masa negra, espesa, del matojo, como si el dibujante hubiera trazado una larguísima línea negra, ovillándola y enredándola para ocultar el agujero.
Con el surtidor desparramado le acaricio la cabeza… el cuello… la espalda… los pechos… los muslos… La voy a tener bajo el agua hasta que implore basta. El chorro aguijante trata de despegar las dos hojas de sus pezones que levantan los puños.
Se yergue un poco, echa la cabeza hacia atrás, abre los ojos y su cuerpo tiembla en un escalofrío. Cierro el grifo y cuelgo la ducha. La cojo del brazo, tiro de ella hasta ponerla de pie y la saco de la bañera. La envuelvo en una toalla. La cojo en brazos y la llevo a la cama.
Sin quitarle la toalla, le echo la sábana y la colcha por encima. Continúa con los ojos abiertos, pero no parpadea, como si se encontrara en trance.
Regreso al cuarto de baño. Contemplo mi rostro en el espejo. Vacío. Me cepillo los dientes, supongo que lo hago para quitarme el sabor a vómito, aunque ya no lo noto, tampoco me ha molestado. Abro el agua. Antes de meterme debajo regreso a la habitación para comprobar si se ha dormido. Continúa con los ojos abiertos, me está mirando. Me siento en la cama, la tomo de la barbilla y le hago volver la cabeza. Me inclino y la beso en los labios. Abre un poco los suyos para recibirme, pero el resto del cuerpo permanece ausente. Mis manos retiran la colcha y la sábana, luego retiran la toalla. La acaricio, suavemente, convertidos mis dedos en agua. Las yemas acarician sus pezones de madera. Junto mi cuerpo con el suyo, besándola en el cuello. No reacciona. Me echo sobre ella, mis piernas separan las suyas, se la meto y le doy al asunto.
Tomo aire dejando que mi peso la oprima. Incorporo el torso apoyándome en los brazos. La miro. Tiene los ojos cerrados. Giro el cuerpo librándola de mi peso. Me quedo de espaldas, contemplando el techo. No sé si ella se ha corrido. Tampoco me importa, no soy de esos tipos que lo escriben todo en un diario.

(Julián Ibáñez, Giley, Barcelona, RBA libros, 2010, pg 24)

No hay comentarios:

Publicar un comentario