sábado, 3 de noviembre de 2012

Un fraternal campo de batalla


Casi esperaba que Tommy llamase a la rejilla del confesionario. Siempre había tenido el don de la oportunidad. Siempre parecían hacer las paces en el confesionario. Una vez al año, o dos, Tommy iba a confesarse. En Navidad, en Pascua, Tommy lo buscaba. Aparecía la inconfundible voz al otro lado de la rejilla, y la predecible suposición irlandesa de que los pecados carnales eran los únicos que importaban. Estaba el predecible adulterio. Con el predecible eufemismo, “acciones impuras”. Y la predecible farsa de que no lo reconocía. Por lo menos hasta después de encomendarle la penitencia. Y luego: “Te has pasado un poco, ¿no te parece, Des?”.
Tenía más de exorcismo que de confesión. Un rito pagano. Para Tommy el confesionario era el campo de batalla fraternal, un campo de minas que debía explorar para hallar ventajas. Su foro. El lugar donde podía ser más abierto.

(John Gregory Dunne, Confesiones verdaderas, Barcelona, Mondadori, 2012, pg 266)

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