martes, 26 de junio de 2012

En el estado de bienestar


Dinero fácil, Jens Lapidus


¿Qué escritor de novela negra no querría absorber algún tipo de influencia del enorme James Ellroy? Intuyo que casi todos. Y Lapidus, seguro. Ahora bien, el asunto es lo que cada autor puede hacer con esa influencia tan deseada. Si sos David Peace, te sale el desgarrador Red Riding Quartet. Y si sos Jens Lapidus, llegás hasta esta Trilogía de Estocolmo. Que, aclaro, no es poca cosa. Dinero fácil es la primera entrega. Una breve descripción de la historia debería decir que hay tres personajes principales, cuyas vidas, para bien o para mal, terminarán cruzándose:

Mrado Slovovic es un matón serbio que trabaja para el gran capo de la mafia de los yugoslavos, Radovan Kranjic. Mrado es una montaña de músculos anabolizados. Peleando en los Balcanes perfeccionó su herramienta de trabajo: el miedo. Mrado también tiene un lado sensible en su hijita Lovisa, a la que no le permiten ver.

Jorge Salinas Barrio es un inmigrante chileno. Se escapa de la cárcel, y en poco tiempo está en las calles, volviendo a la venta de cocaína. Su objetivo: vengarse de Radovan y Mrado, quienes lo mandaron en cana. ¿Lado sensible? Hermana y madre, inmigrantes latinas en el no tan acogedor Estocolmo.

JW es un estudiante muy cool, cheto, pijo. No lo trae de cuna, pero trabaja para serlo: planifica los lugares en los que hay que estar, con la ropa que hay que vestir, para impactar a la gente que está allí, bien arriba. Boliches, música, chicas: todo se lo gana manejando el taxi de un árabe por las noches (lejos del barrio de sus amigos, desde luego). ¿Qué le vendría genial a JW para tener plata y ganar prestigio y amistades en el exclusivo mundo en el que se mueve? Vender cocaína, claro. Eso sí: cuando baja de la fiesta, sigue obsesionado por encontrar a su hermana, desaparecida misteriosamente.

Y es todo lo que voy a decir de estos personajes. No es difícil imaginar cómo van a terminar relacionados. Pero eso no le quita un gramo de interés a esta historia de muy buen ritmo. El estilo que elige Lapidus deja en evidencia su lectura admirada del Perro Loco norteamericano. Oraciones cortas. Sin verbos. Repeticiones. El arsenal de recursos que hace que el nombre de Ellroy aparezca jerarquizando tu solapa: “se lo ha comparado con…”. Está bien, mejor no meterse con el marketing. Ahora, si vamos a la historia, no tiene esa oscuridad ellroyana, sí presente en la mencionada de Peace. Dinero fácil es una buena historia. Rápida, ágil, pero no tan oscura. Alguien incluso podría decir que le sobran algunas de sus más de 600 páginas. Puede ser, pero no es grave: definitivamente no es un Larsson.

Mucho se ha dicho de esta trilogía como un válido retrato del Estocolmo oculto, una “incisión en la sociedad sueca que nos la muestra cruda, indiferente y escindida”. Parece que el estado de bienestar escandinavo, meca de cuanto progre habitara en este otro mundo, tiene un lado B, quién iba a decirlo… Como nunca me lo tomé muy en serio, mucho más que esa pseudo denuncia que quieren vender los editores, lo que más me interesó a mí de esta novela de Lapidus fue la descripción detallada que hace de algunos mecanismos criminales. Principalmente de dos:  del transporte de drogas y del lavado de dinero. Apostaría a que Lapidus aprendió de esto en casos reales a lo largo de su carrera de abogado. Desde luego, sería ingenuo pensar que las formas en que JW y sus secuaces mueven la cocaína sean formas viables y que se puedan aplicar. Pero créanme que —al menos a mí— me resultaron de lo más ingeniosas.

Lo he dicho en otros post, y lo repito: tengo algo con la novela negra nórdica. Hace poco me regalaron una. Puse tal cara que enseguida me dijeron: “Tranquilo, se puede cambiar”. Es lo que me pasa: después de haber leído a Mankell, a Larsson, a Indridarson, todavía soy cauto con este subgénero. Sin embargo, un autor como Lapidus —y tal vez Nesbø— despega del resto de tal forma que invita a darle una nueva oportunidad.

Veremos cómo sigue la cosa en Mafia blanca (en España es Nunca la jodas), la segunda parte.

La traducción de María Sierra no llega a ser mala. Pero su mezcla del castellano de España con vocablos más comunes en el de Latinoamérica (pibes, cana, falopa) la hace, por momentos, incómoda.

4/12

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