lunes, 6 de febrero de 2012

El tiempo pasa

1980, David Peace



El tiempo pasa y, luego de 1974 y 1977, estamos en 1980. Sí, vamos por la tercera del Red Riding Quartet, la infernal tetralogía de este deslumbrante autor que es David Peace.

En los oscuros tiempos de la Thatcher, la población del norte de Inglaterra se distrae, aterrorizada por un asesino más palpable, más inmediato, más de tabloid: el llamado Destripador de Yorkshire sigue matando mujeres.

La policía local no está haciendo avances. Peter Hunter, comisario del Gran Manchester, es puesto al frente de un grupo de cerebros para que intervenga en la investigación. Hunter tiene sus fantasmas —está casado pero sufre su imposibilidad de tener hijos—, pero aún así parece de lo más normalito de la serie. Ahora bien, ¿es casualidad o no que los altos jefes justo lo elijan a él para esa tarea? ¿Justo a Peter Hunter, quien poco tiempo atrás investigó asuntos de corrupción interna en la policía de Yorkshire? No esperarán que alguien colabore con él, ¿verdad? ¿Con un policía que investigó a policías? ¿Desde cuándo?

Con la presencia de algunos personajes de las novelas anteriores, y cuyas apariciones van arrojando luz —muy de a poco— acerca de sus destinos, Hunter y su gente se van hundiendo, sin prisa pero sin pausa, en el barro y la locura de los asesinatos más sanguinarios, en las redes de pornografía, en la mugre interna de la policía. Por otras razones, ellos tampoco hacen grandes avances. Pero así y todo “molestan” bastante. A tal punto que en un momento al mismo Hunter se lo implica en los hechos. La cosa se pone brava de verdad para él. Y eso que el misterio del Destripador se resuelve, aunque solo parcialmente, en esta entrega,.

No soy quien para hablar de unidad de efecto en una novela, pero no puedo evitar que ese concepto me venga a la mente. Es que se me hacen muy visibles los recursos que utiliza Peace para lograr lo que logra en la cabeza y en el corazón de los lectores. El estilo es el mismo que le conocemos, tan filoso e hiriente, de frases cortas y reiteraciones que funcionan como mantras dolorosos. El paisaje siempre gris, en el que llueve todo el tiempo. Un mundo en el que resulta imposible siquiera imaginar cualquier chance de felicidad. La locura que todo lo invade, y de la que el Destripador es apenas una de las manifestaciones se explicita de manera punzante en las aperturas de los capítulos. Páginas de una tipografía más pequeña, que parecieran un flujo de conciencia a veces del Destripador, a veces de sus víctimas, llenas de frases inconexas, sin ninguna puntuación y que suelen terminar de manera abrupta.

David Peace vuelve a entregarnos una historia que quita el aire. Y lo quita no tanto por el suspenso —que lo hay también— sino porque la novela resulta opresiva. Ahoga. Uno siente el deseo de aflojarse una corbata inexistente, o de abrir una ventana, o algo. Uno necesita aire.

Quizás este sea un buen resumen de todos los méritos que tiene para mí este Red Riding Quartet. Transmitir al lector esa asfixia, esa angustia, y a la vez tenerlo agarrado para que no deje de dar vuelta una página tras otra.

Quedo a la espera del final del cuarteto, con 1983 —creo que ya publicada en España— para ver cómo cierra esta obra magistral. Y una vez leída esa, ahí sí, si el FBI lo permite, derecho a Cuevana, a por la serie adaptada por la tele británica.

Traducción: Catalina Martínez Muñoz
1/12

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