miércoles, 25 de enero de 2012

Un cuarentón cualquiera


La calle era apenas frío y soledad a las cuatro de la mañana. Caminaron despacio y en silencio hacia el auto estacionado a media cuadra. Había algo de rito lúgubre en esa repetición de lo que había vivido unos días atrás: los dos saliendo al amanecer de un hospital, aplastados por la angustia y la tristeza. Sin embargo, estaba tan lejana la otra madrugada, empezaba a ser tan borrosa la imagen de Celco apretando mientras moría la mano de la mujer que ahora estaba a su lado. Se preguntó qué había sucedido en esos pocos días —además de ese acontecimiento fatal, definitivo que era la muerte del otro— para que todo le pareciera tan distinto, como ajeno. Y por qué sentía que la mayor parte había pasado dentro suyo si el seguía siendo lo que era la noche de ese domingo: un cuarentón cualquiera, tímido, indeciso, insatisfecho; marido en fin, empleado con doce años en la empresa. La misma cara seria, indefinida y tosca que la mujer miró apenas cuando se lo presentaron y olvidó en cuanto él se dio vuelta y empezó a caminar hacia la escalera.


Paseando por la noche

(Rubén Tizziani, El desquite, Buenos Aires, Emecé, 1978, pg 180)

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