lunes, 19 de diciembre de 2011

Clubes finos y cabarés


Le dije al taxista que me dejara en Plaza de España. Caminé despacio, en dirección a la Plaza del Callao. Esa zona me despertaba recuerdos que yo creía ocultos y sepultados en la memoria. Madrid era entonces mucho más pequeño y aquél había sido mi territorio: en la cercana Gran Vía brillaban el Pasapoga, Jahy, Montmartre, Fuyma… Nombres de locales nocturnos que apenas si ocupaban ya un minúsculo lugar en un pasado cada vez más remoto.
Antes, cuando era joven y aún no conocía a Delforo, salíamos del turno de noche y nos íbamos a la Gran Vía o a Leganitos. Entonces era la calle de los clubes finos y los cabarés: el Riverside, el Señorial, el Alexandra… No existía la movida, pero en aquellos lugares se encontraban los mejores bares de alterne y los restaurantes que nunca cerraban.
Me detuve frente a Casa Justo. Antes había sido un bonito y barato restaurante que vendía una estupenda ginebra a granel a sesenta pesetas el litro, y Justo, un buen amigo. Pero nada de eso existía ya. Justo llevaba cinco años muerto y sus hijos habían convertido el restaurante en una pizzería posmoderna.

(Juan Madrid, Adiós, princesa, Barcelona, Ediciones B, 2011, pg 379)

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