lunes, 17 de octubre de 2011

Atrapado en el engranaje

El gran reloj, Kenneth Fearing

Se dice por ahí que el panorama actual de la novela negra es brillante, que hay una especie de apogeo. La profusión de nuevos títulos y autores resulta por momentos apabullante si uno quiere estar al tanto de lo que se publica. Por cierto, es inevitable decepcionarse de vez en cuando. Pero, gracias a algunos editores inteligentes, también se termina encontrando alguna gema imperdible de esas que le renuevan a uno las esperanzas. Es el caso de la colección Serie Negra de RBA —para quienes no todos son tanques-bestseller—, que nos trae este clásico aparecido en 1946. El gran reloj sorprende por muchos motivos, y no es el menor su absoluta vigencia.

George Stroud, protagonista y unos de los narradores de esta historia, es un alto ejecutivo de una todopoderosa corporación mediática. Está al frente de una de sus publicaciones, que se ocupa de noticias policiales. Vive en un tranquilo suburbio de Nueva York, con su mujer Georgette, y su hija Georgia —todos entre ellos se llaman “George”, en uno de los tantos guiños “raros” que tiene esta novela. Su vida transcurre entre la apacible monotonía suburbana y las miserables intrigas políticas que se tejen en Empresas Janoth, la burocrática megacorporación que lo emplea.

Todo funciona bien y a Stroud sólo lo espera un futuro de progreso y bienestar, hasta que conoce a la magnética Pauline Delos (“Tus ojos sólo veían inocencia en ella, pero para tus instintos era sexo en estado puro, y tu cerebro te decía que ahí había un perfecto infierno”). Pauline es la mujer de Earl Janoth, el magnate dueño del imperio mediático y —sí, adivinaron— tarda muy poco en convertirse en la amante de Stroud.

Así las cosas, y luego de un fin de semana de placer y de una ronda de bares con Pauline, George casi es descubierto por Janoth al acompañarla a ella a su casa. Desde la esquina, George contempla a la pareja entrar al edificio, sin saber que será la última vez que la vea a ella con vida: al día siguiente Pauline aparece asesinada de un golpe en la cabeza.

Y es en este momento que la novela tiene un quiebre. Hasta acá leímos una muy entretenida historia cuyo clima recuerda tanto a Cheever —esa gente que vive en un equilibrio que cree sólido, y cuyo sustento parecen ser los cereales del desayuno y la puntualidad de los trenes; esa permanente sensación de que todo está a punto de irse al demonio— como a Orwell —por la ominosa presencia de La Organización, ese Gran Reloj que todo lo controla. Pero a partir del crimen de Pauline se corre un velo y todo cobra una velocidad desenfrenada, una montaña rusa que mantendrá al lector agarrado de las pestañas, imposibilitado de cerrar el libro.

¿Por qué? Porque la todopoderosa organización decide, desde sus más altos estamentos, encarar una extraña investigación. Lo ponen al frente de la misma al propio Stroud, otorgándole carta blanca para que haga uso de los infinitos recursos de Empresas Janoth. Con la excusa de una supuesta conspiración de unos competidores, el objetivo es encontrar a un sujeto que anduvo por ciertos bares en compañía de cierta mujer (y a quien alguien vio en cierta esquina esa noche). Nadie sabe quién es este tipo, excepto Stroud, quien se encuentra en la desesperante situación de tener que perseguirse a sí mismo para que le endilguen un crimen que no cometió. Claro que tiene otra opción: admitir que estuvo ese día con Pauline, destruyendo así la armonía de su propia familia.

La historia está narrada por distintas voces, la principal de las cuales es la de Stroud, recurso que sirve perfectamente para dosificar el suspenso de la trama. Fearing despliega su desbordada imaginación tanto para crear el bar de Gil —donde se puede encontrar desde una locomotora hasta ¡el cuervo de Poe!—, como para retratar las perversiones de un capitalismo alienante —el delirante proyecto de los “Individuos Financiados” recuerda a muchos de los peligrosos artefactos diseñados por los cerebros de la ingeniería financiera marca siglo XXI.

Hay quienes consideran a El gran reloj una gran novela, un verdadero clásico. Ese grupo incluye a Raymond Chandler y a Paco Camarasa. Y, a partir de hoy, me incluye a mí.

Traducción: Fernando G. Corugedo

10/11

El gran reloj fue llevada al cine dos veces. La primera en 1948 (The big clock), y la segunda en 1987, adaptada como Sin salida, con Kevin Costner y Gene Hackmann.

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