jueves, 7 de julio de 2011

Ni con un espejo colgado de un palo

—Una lástima. Su esposa es una mujer hermosa, señor Lane. Y su hija es encantadora. Y, si las quiere de vuelta, yo soy todo lo que tiene. Porque, como le dije, sus hombres pueden iniciar una guerra, pero no son investigadores. Ellos no pueden encontrar lo que usted busca. Los conozco. Estos tipos no podrían encontrarse el culo ni aunque les diese un espejo colgado de un palo para que se lo vieran.

Nadie habló.

—¿Sabe dónde vivo? —preguntó Reacher.

—Podría averiguarlo —replicó Lane.

—No podría. Porque no vivo en ninguna parte. Me desplazo. Aquí, allá, a cualquier lado. De modo que si decidiese irme hoy de aquí, no volvería a verme. Puede estar bien seguro.

Lane no respondió.

—Y, en cuanto a Kate, tampoco volvería a verla. También puede estar bien seguro de eso.

—No saldrías de aquí con vida. A menos que yo lo decidiese.

Reacher meneó la cabeza.

—Aquí no utilizará armas de fuego, no dentro del edificio Dakota. Estoy convencido de que eso rompería los términos de su acuerdo comercial. Y no me preocupa el combate cuerpo a cuerpo. No contra hombres como esos. Recuerda cómo era en el ejército, ¿verdad? Si alguno de sus hombres se salía de la formación, ¿a quién llamaba? A la Unidad Especial 110. Los hombres duros necesitan policías aún más duros. Yo era uno de esos policías. Y me muero de ganas de volver a serlo. Contra todos a la vez, si quiere.

Nadie habló.

(Lee Child, El camino difícil, Barcelona, RBA Libros, 2009, pág 63)

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